Tú me dices, yo te digo, y así empieza nuestra guerra cotidiana. Yo me armo de adjetivos, tú conjugas el peor de mis pasados. Y te apunto donde duele, y te acuerdo el peor de tus pecados. Tú reviras la ofensiva, y disparas donde sabes que haces daño. Y en el campo de batalla quedan muertos los minutos que perdemos.
Porque hablamos y no usamos ese tiempo en darnos besos, en pintarnos con las manos las caricias que queremos, y que no nos damos porque siempre hablamos: De lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables. Mientras muere otro minuto porque hablamos.
Nadie cree, nadie acepta, cada quien defiende su utopía. Y el fantasma de la duda se abre paso en la frontera del futuro. Y el presente moribundo se consuela con lo poco que nos queda.
Y te quiero, y me quieres, pero somos más idiotas que sensatos. Y aparece otro día, y nos van quedando llagas incurables de esta maldita enfermedad de hablar de más.
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